Fernando Gamboa
1909-1990
Museógrafo, pintor, promotor cultural, diplomático, creador y director de museos.
Una vida dedicada a la cultura.
Su pasión: el arte.
Quien goza del privilegio de vivir y comprender el clima heroico en que se produce el arte mexicano […] no puede menos que tratar de defenderlo con la misma intensidad espiritual de quienes lo produjeron, así se trate de preservarla del riesgo de un siniestro o de las amenazas de la intolerancia. Es lo uno poner a salvo su materia; lo otro equivale a mantener la libertad, única condición de su existencia.
Fernando Gamboa, 1948.
Discurso de agradecimiento en la cena en su honor
(por su actitud durante los sangrientos sucesos en Bogotá, Colombia).
 
 
No olvidemos que en el mundo de hoy, que apunta cada vez más hacia la conducta programada de la humanidad, la única posibilidad de libertad de conciencia es el arte. ¡Viva el arte! ¡Vivan sus creadores!
Fernando Gamboa, 1980.
 
Hacer del arte una necesidad vital hasta no poder vivir sin su creación o su contemplación.
Fernando Gamboa. 1987.
 
“Fernando Gamboa, fundador”. Por Octavio Paz. Octubre de 1980.
Nos hemos reunido aquí para honrar a un hombre de excepción: Fernando Gamboa.
Con admirable tenacidad, y también con inteligencia y sensibilidad no menos admirables, desde hace cerca de medio siglo Gamboa ha defendido y difundido al arte de México en el mundo y el arte del mundo en México. En 1936 realizó sus primeros trabajos de museografía y desde entonces su actividad ha trazado un arco que está lejos de cerrarse y que abarca toda o casi toda la historia del arte moderno en México. Yo he tenido la suerte de ser testigo de algunos episodios salientes de la acción de Gamboa y por eso, sin duda, los organizadores de este homenaje, me han pedido que diga algunas palabras.
La primera exposición internacional de Gamboa, “Un siglo de grabado mexicano”, se presentó en 1937, durante la guerra civil española, en Valencia, Madrid y Barcelona. En esos días yo también estaba en España con Carlos Pellicer y José Mancisidor.
Los tres habíamos asistido al II Congreso de Escritores en Defensa de la Cultura que se celebró en España, y cuando llegaron los representantes de la LEAR con su exposición , nos unimos a sus actividades. La exposición organizada por Gamboa fue muy elogiada y comentada por la crítica de la España leal. Sin duda fue la primera vez que los españoles veían grabados de Posada, Méndez y otros artistas mexicanos. Hubo además, conferencias sobre la literatura mexicana, lectura de poemas y, sobre todo, tres memorables conciertos dirigidos por Silvestre Revueltas.
Después Gamboa colaboró activamente, en Francia y en África del Norte, en el transporte de los emigrados republicanos. Pronto volvió a sus actividades de museógrafo y a él le debemos las primeras exposiciones de las obras de los pintores anónimos del siglo XIX, verdadera resurrección de una tradición oculta y que ha fascinado a artistas tan diversos como André Breton, Diego Rivera, Rufino Tamayo y Gunther Gerzso. Este período culmina con la gran exposición de 1944, en Chicago, de la obra de Posada. Fue la consagración de Fernando Gamboa en los Estados Unidos. Desde ese año su acción comienza a tener un relieve internacional. Ese mismo año dirigió la instalación en Chapultepec del Museo de Historia. Aunque es imposible enumerar todos los trabajos de esos años, quiero destacar la exposición de Manuel Álvarez Bravo, que fue un doble reconocimiento: a un gran artista y a la fotografía como una de las artes visuales.
Al comenzar estas páginas me refería a Gamboa como defensor del arte. Lo ha defendido, en primer término, en su presencia viva y en su continuidad, es decir, rescatando obras olvidadas o menospreciadas como las de los anónimos o revalorando las del mundo prehispánico. Lo ha defendido, además, presentando las obras de los contemporáneos, atento siempre a la calidad y no a la ideología, y ayudando y estimulando a los nuevos artistas.
Pero Gamboa ha defendido nuestro patrimonio artístico de una manera más directa y con riesgo de su vida: durante los sangrientos sucesos de Bogotá, en 1948, salvó de las flamas las obras de arte mexicano que se exponían en el Palacio de Comunicaciones.
Durante todos estos años Gamboa, a través de un proceso difícil, hecho de descubrimientos y rectificaciones, de búsquedas y de conquistas, creó poco a poco un estilo personal de museografía, en el que se unen el rigor científico, la sensibilidad artística y la preocupación por acercar el arte al pueblo, de una manera genuina y sin falsas concesiones populistas. La célebre exposición Obras Maestras del Arte Mexicano, presentada entre 1951 y 1953 en París, Estocolmo y Londres, representa la madurez de su estilo. La crítica europea descubrió, simultáneamente, el arte de México y a un gran museógrafo. El crítico de Le Monde la llamó “la exposición del siglo” y el director de la Galería Tate dijo: “es una experiencia estremecedora, un gran regalo del Nuevo Mundo al Viejo”. A mí me tocó, como en España antes, colaborar lateralmente con Gamboa. Recuerdo que no pudimos obtener que el director del Petit Palais, donde se celebran esta clase de exposiciones en París, nos prestase su museo. Por fortuna, nuestro amigo, el poeta y crítico de arte Jean Cassou, ofreció el Museo de Arte Moderno, que él dirigía. Jean Cassou y André Breton presentaron la gran exposición de Tamayo en París en esos mismos años.
Volví a cruzarme con Gamboa 10 años después, de nuevo en París. Había organizado una exposición aún más amplia y completa del arte mexicano. En esa ocasión tuvimos más suerte y el Petit-Palais albergó las obras de arte mexicano. En esta segunda exposición mi concurso fue más directo, pues me encargué de la revisión literaria del catálogo e incluso de la redacción de algunos de sus capítulos. Fue una experiencia que me enseñó a ver el arte prehispánico no como un bloque sino como una pluralidad de estilos y tradiciones. O sea, como una civilización.
La cuarta vez que me tocó colaborar con Gamboa fue en Nueva Delhi, Calcuta, Madrás y Bombay, con motivo de la exposición Retrato de México, presentada en esas ciudades. También, como en España, esta exposición fue el marco de conferencias y debates sobre el arte Mexicano y el de la India.
Me referiré brevemente a la historia reciente: los pabellones de México en varias Ferias Mundiales —que merecieron elogios internacionales— y, sobre todo, la acción de México. En 1972 nuestro Gobierno tuvo la buena idea de nombrarlo director del Museo de Arte Moderno de nuestra ciudad. Desde entonces Gamboa ha organizado 183 exposiciones. Ustedes, sin duda, las recuerdan: El arte del surrealismo, Van Gogh, Klee, Frida Kahlo, Pintura española de hoy, Diego Rivera cubismo, Rufino Tamayo, José Luis Cuevas, Antonio Peláez, Ricardo Martínez, Matta, Motherwell, Lam, Mérida, Gerzso, Dufý, Adami, García Ponce, Toledo, Felguérez, Bacon, Miró, etcétera. Gamboa organizó exposiciones pero también instaló nuevos museos: el de Arte Prehispánico de Tamayo en Oaxaca y el de Carrillo Gil en la Ciudad de México.
Ya es hora de decir unas palabras sobre la disciplina artística a la que Gamboa ha dedicado su vida y a la que ha enriquecido con su sensibilidad, su talento y su imaginación. Con Gamboa nace la museografía mexicana en el campo de arte. Desde su origen, la museografía ha estado ligada a la historia, ya que nació de la necesidad de preservar las reliquias del pasado. La historia mantiene relaciones sutiles con el tiempo. Es una ciencia, un arte y una técnica —todo junto— que consiste en la presentación del pasado. En el caso de la museografía, esta presentación comprende también el arte de nuestros días, el que se hace ante nuestros ojos. Ahora bien, a diferencia de la historia, que se sirve preferentemente del lenguaje, que es siempre temporal, la museografía es la presentación espacial de un trozo del tiempo vivo: la obra de arte. En esto consiste su esencia o naturaleza.
Todas las artes visuales tienen en común ser objetos materiales que percibimos con los sentidos: son cosas que podemos ver y aun palpar. La propiedad de las obras de arte consiste en que esos objetos sensibles son cristalizaciones de tiempo. Cada obra es una semilla de tiempo dormido que revive al contacto de nuestra mirada. La museografía hace posible esta cotidiana y misteriosa resurrección de los cuadros y las estatuas, que dejan de ser cosas y se vuelven criaturas vivas. Y hay algo más. Arte y técnica de la presentación, el dominio propio de la museografía, afín en esto a la arquitectura y a la escenografía, es la recreación del espacio. Así, es inseparable de la imaginación visual. Sólo que la imaginación del museógrafo se despliega de una manera que no hay más remedio que llamar paradójica. La museografía no es un arte de representación sino de presentación que culmina en su desaparición. Al presentar a las obras en su espacio, borra y anula ese espacio en beneficio de las obras mismas. Arte sutil de Fernando Gamboa: sin dejarse ver, nos enseña a ver.
Por último, la museografía no es nada más historia, arte y técnica: también es pedagogía, en el más ancho sentido de esta palabra. Su finalidad última de aguzar, afinar e iluminar la sensibilidad y el entendimiento de un pueblo. Es una pedagogía superior: nos llama a compartir el secreto del arte. Secreto a un tiempo oscuro y claro, sereno y dramático, borrascoso y transparente. El secreto del arte es el hombre mismo.
Como ocurre con frecuencia, Gamboa ha tropezado con no pocos obstáculos y envidias. También con ese mal terrible que es la indiferencia mexicana. Don ninguno es un ser sin cuerpo, pero su sombra, inmensa, cubre a todo el país. Quizás a Fernando Gamboa le ha dolido alguna vez ser reconocido fuera y negado dentro. Este homenaje espontáneo, en el que nos hemos congregado, sin distinción de bandos, todos o casi todos los que de alguna manera participamos en la vida artística del país, es un desagravio. También es una consagración, la mejor y más pura a que puede aspirar un artista: el reconocimiento de sus compañeros.
La vida y obra de Fernando Gamboa evocan la imagen de una expedición: descubrimiento y colonización del arte mexicano. Pero creo que le conviene, más que el nombre de explorador, el de fundador. Con Gamboa se inicia una nueva forma del antiguo diálogo entre el arte y el público. Por eso lo llamo fundador: con su obra comienza una tradición.
Palabras de Octavio Paz en el homenaje a Gamboa de sus amigos. Texto publicado por primera vez en Uno más uno, México, D.F., sábado 25 de octubre, 1980.